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La vida de Adèle

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La controvertida “La vida de Adèle” se ha estrenado al fin en nuestras salas, y lo ha hecho provocando la misma conmoción que causó en el pasado festival de Cannes, donde a pesar de todo, se alzó con la Palma de Oro. Censurada en varios países, la polémica se ha visto acrecentada por las declaraciones de sus dos actrices protagonistas, en las que reconocen la extrema dureza de un rodaje que las llevó al límite, a causa sobre todo de las exigencias de su director, el franco-tunecino Abdellatif Kechiche. Entre otras cosas, afirman haber rodado más de cien tomas para una secuencia que tan solo duraba treinta segundos, o que tardaron hasta diez días en rodar una única escena de sexo. No es de extrañar por tanto, que un rodaje que en un principio debía durar un par de meses, se prolongara hasta los cinco y medio. La actriz Léa Seydoux, Emma en el film, ha ido más allá y ha asegurado haberse sentido humillada, acusando a su director de haberse mostrado muy autoritario e incluso violento en ciertos momentos del rodaje. Kechice, cansado de las graves acusaciones de la actriz, ha tachado de indecente su comportamiento y ha expresado su intención de denunciarla.

Lo cierto es que por su impacto y calidad, la película no necesitaba un extra promocional mediante la disputa mediática surgida a raíz de su estreno internacional, pero es innegable que buscada o no, tendrá su efecto en la taquilla.

Trifulcas aparte, la polémica inicial se originó tras la proyección del film durante la pasada edición del festival de Cannes. Y es que al igual que ha ocurrido con otras películas, “La vida de Adèle” se estrena en el lugar y en el momento más oportuno, o más inoportuno, dirían otros… El film de Kechiche irrumpe en Cannes en pleno mes de mayo para hurgar más si cabe, en la herida del sector más conservador de la sociedad francesa, en plena revuelta tras la aprobación definitiva del matrimonio homosexual a finales de abril.

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Inspirada en la novela gráfica de Julie Maroh “Le bleu est une couleur chaude” (El azul es un color cálido) la película se centra en Adèle, una estudiante de quince años con las inquietudes propias de su edad. La joven comienza a sentir cierta confusión respecto a su sexualidad y no se siente del todo cómoda cuando inicia una relación con un chico de su escuela. Su mundo parece dar un vuelco definitivo cuando Emma, una estudiante de Bellas Artes, se cruza en su camino. Ahí comienza la historia de amor entre las dos jóvenes, y al mismo tiempo, el viaje iniciático emprendido por Adèle hacia el descubrimiento de su propia identidad.

Debido a la veracidad y naturalidad que transmite desde los primeros fotogramas, la película logra captar rápidamente la atención y el interés del espectador, y a pesar de sus casi tres horas de duración, mantiene el pulso hasta el final. La indiscreta cámara de Kechiche se pega casi literalmente a sus personajes, desplegando una puesta en escena tan impúdica como intensa, basada en insistentes primeros planos. De igual modo, el director no esconde la cámara en las escenas de sexo entre las dos chicas, mostrando de manera explícita y sin prisas, varios de sus encuentros sexuales. Siendo estas tórridas escenas, fuente de la polémica propagada, lo cierto es que estéticamente son coherentes con el resto del metraje, pues no importa si sus protagonistas hablan o discuten, si duermen o sueñan despiertas, si ríen o lloran, da igual si estudian, trabajan, comen, bailan o follan, la cámara siempre está ahí para captar todos esos momentos con la misma cercanía. Es evidente que una apuesta tan arriesgada exigía unas interpretaciones a la altura de las circunstancias, como la de Léa Seydoux y sobre todo, la de la semidesconocida Adèle Exarchopoulos. De una belleza natural deslumbrante, la jovencísima actriz francesa se come literalmente la pantalla con la memorable interpretación del personaje que lleva su mismo nombre.

Honesta y desprovista de cualquier tipo de artificio, “La vida de Adèle” nos habla del despertar sexual en la adolescencia, del miedo al rechazo, de la huella imborrable que casi siempre deja el primer amor, del dolor que provoca la caída, de la inevitable y obligada transformación, de la vida en definitiva. Y por si fuera poco, a todo aquel que de alguna manera aún se siente atado a prejuicios poco saludables, la película le brinda un vigoroso ejercicio de normalización de la homosexualidad, en un momento, y a tenor de lo que está pasando en algunos países, en el que por desgracia sigue siendo necesario.

1 Comment

  1. Paula

    Sinceramente, para que se hagan películas lésbicas como ésta prefiero que no se haga ninguna… porque mucho decir que visibilizan y normalizan pero parece que nadie ve que en realidad estamos en lo de siempre: las relaciones entre mujeres se convierten en objetos de morbo masculino y en escenitas degradantes de tetas y coños antes que en cualquier otra cosa, y eso es más un retroceso que un avance.
    Soy lesbiana y estoy muy harta de escuchar tantas alabanzas absurdas a esta película que no es más que el desahogo pornográfico de las obsesiones de un director déspota. Fui a verla ilusionadísima porque el cómic me había encantado y tenía las esperanzas de encontrarme con algo igual de bueno o quizá mejor, pero no puedo expresar mi sorpresa al encontrarme tamaña basura… Quince minutos de porno lésbico completamente gratuito e injustificado que ensucian el resto del metraje y actúan a modo de llamada de atención desesperada (así como llamada a la recaudación, a la audiencia y a la crítica masculina) para disculpar tres horas insustanciales, desaprovechadas y vacías, con lo que podía haber dado de sí una temática inicial tan fantástica. El director sólo se preocupó de rodar tijeras y cunnilingus, no hay rastro de la profundidad de la novela gráfica, de su estética cautivante, de su buen gusto, de su sensibilidad, de su despliegue en cuanto a temas y motivos… sólo sexo explícito, poses ridículas y morbo facilón para arrastrar a la gente a verla y convertirla en vouyers.
    Sin esas largas escenas de sexo la película habría ganado en dignidad y fuerza, precisamente es contraproducente a su causa este excesivo regodeo. En lugar de estas escenas (o de gran parte de ellas) se podría haber aprovechado metraje e incluir, por ejemplo, una escena de ataque homófobo de los que están tan tristemente vigentes en Francia u otros países europeos, eso sí contribuiría a una mayor sensibilización del público y no una escena como la de las tijeras con la que la película cae en el ridículo, se descalifica a sí misma y le da la razón a quienes afirman que es pornografía mostrada sólo con el propósito de excitar. ¿Cuál es la intención si no de regodearse de tal manera? ¿Si no vemos ocho orgasmos no entendemos la pasión entre ambas protagonistas? ¿O la “necesidad” de meter estos quince minutos de sexo salvaje era porque si no nadie aguantaría tres horas soporíferas viendo a una actriz con cara de empanada? Mucho más importante era también la escena suprimida en el montaje final de los padres de Adèle echándola de casa cuando la pillan en la cama con Emma, que en el cómic marca un punto de inflexión importantísimo en la vida de la protagonista y así debería haber sido igualmente en la película para entender mejor su desamparo y su soledad. Esta escena sí que es vital para la trama y no la de las tijeras, por ejemplo, a la que se dedica una atención que roza el ridículo. ¿Por qué se suprimió entonces? ¿Para darle más minutos al sexo? ¿Es que no eran suficientes? Resulta incomprensible.
    Me pregunto cómo es posible que nadie (o muy pocos) vean lo que es en realidad esta película: una fantasía pornográfica de un director heterosexual, basándose en un juicio apriorístico de cómo follan dos lesbianas que no es más que su propio deseo puesto en imágenes (y además tiránicamente, en plan “vosotras tocaos hasta la extenuación que yo filmo mientras babeo). De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo, aunque realista, hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes…
    Por eso, lo que me escama de todo esto (aparte de que me es imposible simpatizar con un señor que ha hecho que sus actrices se sientan poco menos que abusadas…) es que el director ha reducido una historia compleja sobre el amor, la amistad, la intimidad… en una larguísima escena de sexo hecha desde el punto de vista de un observador masculino y heterosexual (qué sorpresa) que reduce a las lesbianas y a las mujeres en general en objetos hipersexualizados cuyas prácticas sexuales son y deben ser aquellas que despiertan los deseos de este público en particular. Como siempre, se reduce a las mujeres (lesbianas o no) a lo mismo. Objetos. Objetos con los que vender, comerciar, excitar… objetos masturbatorios y poco más.
    Esta película no hace ningún favor a la causa homosexual, más bien todo lo contrario.

    Si me extiendo tanto y me expreso con tanta vehemencia es porque quiero que mi punto de vista (que es el de muchas lesbianas también) ayude a entender por qué tanta indignación justificada con esta película, por eso insisto en dar explicaciones de lo que considero que es un enfado lógico (el que también siente la propia autora del cómic) y no una pura histeria “porque sí”.
    Recomiendo encarecidamente la lectura del cómic original para que cualquiera compruebe la diferencia por sí mismo en todo cuanto afirmo: claro que hay sexo, de hecho nadie niega la necesidad de que lo haya, pero está tratado de una manera completamente diferente: con buen gusto, sensibilidad y respeto. Son escenas estéticas y realistas, no tan facilonas, exageradas y burdas como en la película, donde la mirada masculina y casi onanista se delata por sí sola. La autora, Julie Maroh, también expresó su indignación al respecto. Conste, insisto, que en ningún momento se discute sobre no mostrar sexo en la película, de hecho es necesario y está justificado que se muestre, pero no ASÍ. El problema no es con el sexo explícito siempre que esté justificado y bien presentado. El problema es cuando se ha decidido mostrar una escena sexual larguísima con el único propósito de crear morbo gratuito y polémica para después querer tomar al espectador por tonto, hacerse el ingenuo y pretender venderlo como “arte”. Eso es lo indignante. Más que una relación sincera y realista entre dos mujeres parece una fantasía pornográfica bastante tópica (e incluso ridícula por determinadas posturas) de un hombre heterosexual.
    Tened por seguro que si Kechiche hubiera dirigido “Brokeback Mountain” o una historia de amor con dos hombres como protagonistas, ni de coña se habría recreado tanto. Es por este cúmulo de circunstancias por el que las lesbianas nos sentimos tan ofendidas: se nos reduce siempre a lo mismo, al mismo papel de objetos destinados a dar placer o morbo a la audiencia… Es curioso que las mayores alabanzas procedan, justamente, de hombres heterosexuales; las mujeres, heteros o lesbianas, la ponen bastante peor y son mucho más críticas. Será quizá porque la cosificación sexual de la mujer es algo tan enquistado en nuestra sociedad, en todos los ámbitos, lo tenemos tan admitido, que ni se permite darle la vuelta cuando alguien lo cuestiona (y entonces, de hacerlo, se nos tacha de histéricas, mojigatas o estrechas de mente, como si confundiéramos “abiertos de mente” con “necesidad de mostrar sexo explícito”) y, como siempre, se visibiliza a las lesbianas sólo para la consecución del placer masculino; se las muestra como objetos sexuales en la pantalla con la hipócrita excusa de que es necesario ver esas escenas pornográficas para entender la vida de la protagonista. Y así, la vida de Adèle se queda reducida a “La vida sexual de Adèle”. Una película fácil, vulgar, pornográfica, con todo lo que podía haber dado de sí (no se dedica apenas atención a la lucha interior de la protagonista, a los conflictos con sus padres y amigas ni la solución a los mismos, no se incide en la necesidad de una mayor visibilización y normalización, etc.)… Creo sinceramente que Kechiche no quiso desarrollar con la misma extensión y profundidad ningún otro tema más que el sexual, disfrazando tal cantidad exagerada de escenas pornográficas bajo tres horas de “cine” y “arte”. El director parece que sólo se dirige a un público específico para que alabe su obra. Podía haber hecho una verdadera maravilla, pero se dejó cegar por el recurso más fácil y explícito. Es verdaderamente una lástima.

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