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La Edad NO es un Defecto (por Teresa Laespada – Diputada Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad)

Vivimos en un mundo en el que parece que la edad es un defecto.
Un mundo en el que los avances tecnológicos que se encadenan a una velocidad inusitada van dejando en el analfabetismo digital a algunas personas mayores. Las gestiones cotidianas se informatizan en aras de la comodidad y la rapidez y les obligan a depender de otras, limitando su autonomía.

Un mundo en el que la experiencia que dan los años no parece tener ningún valor porque todo es nuevo a cada momento. Las redes sociales y su lenguaje se imponen, dejando fuera de las conversaciones a quienes no conocen el último trending topic.

Un mundo en el que la estética a golpe de retoque de bisturí o Photoshop desprecia las bellas arrugas de los cuerpos que, perdida la juventud, demuestran la geografía de toda una vida.

Un mundo de exaltación de la sexualidad poderosa, corporal, eficaz… en el que el cine, la prensa, la publicidad y los medios de comunicación parecen relacionar única y unívocamente sexo y juventud, como si los viejos cuerpos y sus respectivas almas no pudieran desearse, acariciarse, amarse… Y desde ahí, un mundo en el que el amor, las relaciones, las parejas… parecen ser solo para jóvenes.
En el tiempo de la madurez o de la ancianidad, los amores a veces se reencuentran y a veces se arraigan. Pero la sociedad rápida, fuerte, sana, joven, sexual… permanece de espaldas a esa realidad.

Y si no lo quiere ver para quienes son aparentemente mayoría, desde luego ni se plantea que haya un modo LGTBI de amar, de estar en pareja, de vivir… entre mayores.

En nuestro mundo, ahí mismo, hay gays, lesbianas, transexuales… que aprendieron a vivir su identidad sexual y su orientación sexual a escondidas, en secreto, con miedo. Personas que no pudieron pasear de la mano, que no se atrevieron a reír tonterías, que llamaban amiga a quien era novia, que no pudieron compartir con otras la felicidad de sentirse enamoradas, que fueron incluso rechazadas por sus familias. Hombres y mujeres que no formaron esas familias que querían, que tuvieron que vivir vidas que no eran las suyas.

También ha habido, es verdad, hombres y mujeres que con una valentía fuera de lo normal, apostaron por quienes eran, pero dejando en el camino amistades, familias, trabajos, ciudades…
Desde el año 2005, en una sociedad abierta como la nuestra, con una legislación que reconoce y protege a las personas LGTBI, algunas han podido resarcirse dando forma legal a sus relaciones. Casarse, justo cuando ya parece que no es tan importante en la sociedad, se convierte sin embargo en un gran triunfo para gays, lesbianas y transexuales. Es salir de la irregularidad. Es entrar en la normalidad. Una legalidad como la nuestra es, sin duda, esa a la que aspiraban en su juventud muchos de estos hombres y mujeres.

Somos una sociedad abierta. Hombres y mujeres tienen derecho a quererse libremente, al margen de su edad. Las personas mayores también tienen derecho a expresar sus afectos y su sexualidad sin recibir ninguna sanción social por ello. Se lo debemos a esas mujeres y hombres que fueron jóvenes en una dictadura que les reprimía. Les debemos que no vuelva a pasar. Les debemos no perder de vista que los derechos recuperados pueden perderse. Y no lo permitiremos.

Y sobre todo. Les debemos reconocimiento. Por quienes fueron. Pero también por quienes son.
Ya lo decía García Márquez en Cien años de soledad al referirse a Pilar Ternera: “Había perdido en la espera la fuerza de los muslos, la dureza de los senos, el hábito de la ternura, pero conservaba intacta la locura del corazón”.

Conservemos pues intacta la locura de nuestros corazones y aceptemos esa misma locura en quien nos rodea. Jóvenes y mayores.

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